Como en la edición de 2001, el país está en entredicho como sede del mismo torneo.
Corría 2001 y una Colombia amenazada por los ataques con bombas sufría para conservar la sede de la Copa América. Veinte años después el mismo país, convulsionado por violentas protestas, vuelve a estar en entredicho como anfitrión del mismo torneo.
Han pasado dos décadas y "la principal coincidencia es la crisis", sostiene a la AFP Alejandro Pino, analista deportivo.
La pandemia, que obligó a aplazar el certamen previsto para 2020 en conjunto con Argentina, cambió drásticamente el panorama de un país que hasta hace un año asomaba como vitrina de grandes espectáculos.
El virus exacerbó la pobreza, la desigualdad y la violencia que apenas amainó con el acuerdo de paz de 2016 con los rebeldes de las FARC. El presidente de Colombia, Iván Duque, quiso amortiguar el impacto económico del covid-19 con una reforma que elevaba los impuestos, sobre todo para la clase media.
Y desde entonces multitudes se han movilizado en protesta. Duque archivó el proyecto tributario, pero la represión agitó todavía más las calles. En dos semanas han muerto 42 personas y, salvo en el gobierno, pocos quieren saber del torneo continental de selecciones que arrancará el 13 de junio.
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Este jueves la Conmebol respaldó a los anfitriones. Colombia "sigue firme" como sede junto a Argentina, dijo a la AFP una fuente del organismo rector del fútbol sudamericano.
Pero puertas adentro la "situación es muy complicada", comenta Pino.
En una opinión compartida por otros observadores, la Copa América parece más útil al gobierno que al fútbol. Se necesita un "evento que cambie el discurso" sobre una Colombia en crisis, añade.
Déjà vu
La incertidumbre revive los fantasmas del accidentado certamen de 2001, bautizado por el entonces presidente, Andrés Pastrana, como la "Copa de la Paz" en un esfuerzo por disimular la violencia que sacudía al país.
El fútbol no escapó al conflicto entre guerrillas, paramilitares y fuerzas del Estado. Atentados terroristas, algunos con coche bomba, sacudieron a Bogotá, Medellín, Cali y Pereira. Todas eran sedes del torneo de selecciones más antiguo del mundo.
"Colombia tiene un trauma con la Copa América (...) el contexto es diferente en el sentido que ahora son protestas sociales y sumado lo del covid. Lo de ese entonces nos hace decir 'caramba es un déjà vu'", dijo a la AFP David Quitián, sociólogo y autor de investigaciones sobre el deporte.
Cuando faltaba un mes para la inauguración, las entonces activas FARC secuestraron al jefe de la organización del torneo, Hernán Mejía. La Conmebol amenazó con arrebatarle la Copa a Colombia. "Era un clima muy enrarecido para hacer un evento de esa magnitud", recordó Quitián.
Pastrana asumió la celebración del torneo como una cuestión de Estado, volcó sus esfuerzos en esa dirección y la Copa finalmente se jugó en Colombia.
En otra vuelta del destino, Argentina, socia de Colombia en la organización de la edición 2021, se bajó del torneo celebrado en 2001, Brasil aceptó a medias y no envió a las figuras que un año después ganaron el Mundial en Corea del Sur y Japón. El anfitrión se adjudicó el torneo, pero la celebración fue agridulce.
"No es normal"
La semana pasada, las manifestaciones obligaron a la
Conmebol a sacar del país cinco juegos de Sudamericana y Libertadores.
El fútbol continental regresó a las canchas cafeteras el miércoles en un ambiente todavía muy crispado. En
Barranquilla, sede de la Copa, Junior y River jugaron con bombas aturdidoras como telón de fondo y el encuentro fue suspendido temporalmente por gases lacrimógenos. En Pereira, el juego entre Atlético Nacional y Nacional de Uruguay se retrasó una hora por una protesta frente al hotel en el que se alojó la visita.
"No es normal venir a jugar un partido de fútbol en una situación tan inestable, en medio de lo que está viviendo el pueblo colombiano" reclamó el DT de River,
Marcelo Gallardo, tras el partido.
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El continente entero vio al 'muñeco' con los ojos enrojecidos por los gases y a sus jugadores usando las cantimploras para lavarse el rostro. "Ahora vemos las manifestaciones tanto presenciales como virtuales contra la Copa América, es decir, ya se metieron directamente" con la competencia, añadió Pino.
Mientras tanto un tercer pico de la pandemia agobia al sistema de salud del país, al borde del colapso.
"En cualquiera de los dos escenarios estamos pagando ese karma (...) en el 2001 éramos todos haciendo fuerza para demostrar que este país podría recibir gente, que no era un país terrorista", analizó
César Polanía, editor de deportes del diario El País de Cali.
Ahora "hay fuerzas divididas", añadió.