La guerra sigue dejando historias muy dolorosas.
"Mi sol, mi pequeño, vamos a ganar", sollozaba una mujer que acariciaba un ataúd de madera en el centro de Leópolis, en el oeste de Ucrania. Su hijo zapador murió en un bombardeo ruso cerca de Mariupol, en la parte sur del país. "Su nombre era Vassyl Vychyvany, tenía 28 años", contó a la AFP, su padre, con la espalda erguida y cabello gris, de pie frente a la puerta abierta del coche fúnebre donde seis jóvenes militares acababan de introducir el féretro cubierto de flores. Su hijo estaba intentando de colocar unas minas en los alrededores de un puente para impedir que los rusos avanzaran cuando los misiles Grad cayeron donde se hallaba y lo mataron al instante, relata.
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"No hay cuerpo ahí, solo fragmentos", explicó el hombre, cuyo hijo mayor también es oficial del ejército ucraniano, actualmente estacionado cerca de la frontera con Bielorrusia, en el norte de Ucrania. Varios cortejos fúnebres se preparan para partir hacia los cementerios desde la iglesia de la guarnición de los Santos Pedro y Pablo, un majestuoso edificio barroco del siglo XVII donde se acababa de celebrar una ceremonia religiosa por tres soldados ucranianos muertos en combates contra Rusia. Dentro de la parroquia, bajo la mirada de las estatuas de mármol, decenas de militares y civiles asistieron a la liturgia. Varias mujeres jóvenes camufladas, ataviadas con una boina roja, sostienen ramos de flores entre sus manos. A la cabeza de los tres féretros, cerrados contrariamente a la tradición, seis jóvenes soldados, con rostros de mármol, montan la guardia de honor portando grandes cruces de madera y una bandera nacional amarilla y azul. Junto a Vassyl están el teniente Dmytro Kotenko, de 20 años, y el soldado Kyrylo Moroz, de 25 años. Vestido con una túnica roja y dorada, un sacerdote greco-católico, confesión dominante en el oeste de Ucrania, agita su incensario que deja un rastro de humo y olor a incienso, mientras que otro religioso rocía agua bendita al féretro. AFP.